¿Por qué en latín?
Nuestra liturgia se celebra en latín, excepto las lecturas en la mesa. Una gran parte de los textos de la liturgia latina es muy antigua. Algunos tienen más de 1500 años. Son verdaderas joyas doctrinales y literarias, pulidas durante siglos de uso ininterrumpido. Lo mismo podríamos decir del canto gregoriano: estas melodías, a menudo datando de hace más de 1000 años, están compuestas expresamente para adornar textos redactados en latín, extraídos en su mayor parte de la Biblia.
Consideramos que la liturgia latina y el canto gregoriano son tesoros, no solamente para la Iglesia sino para toda la humanidad. Nos parece que pasar unos meses aprendiendo latín es un precio pequeño para conservar y dar vida a estos tesoros. Además, tras unos años de práctica, los textos nos resultan muy familiares.
Celebrar la liturgia en latín también tiene la ventaja de crear un ambiente particular. Del mismo modo que hay un lugar específico para encontrarse con Dios (la iglesia), un tiempo particular (los oficios), unas vestiduras concretas (cogulla o alba), también hay un idioma especial: el latín. Los invitados que participan en nuestra liturgia a menudo son muy sensibles a la atmósfera sagrada que se crea. Dejamos el mundo profano que nos rodea para entrar en el mundo de Dios, para participar en la liturgia del cielo con los ángeles. Sobra decir que esta iniciativa proviene de Dios, que quiere que nos hagamos uno con Jesús el Cristo. Por tanto, durante la liturgia se unen el cielo y la tierra. Nuestra vida cotidiana, práctica, se ve por tanto santificada por la liturgia.