Plegarias a los Santos
A San José, Padre y protector de los fieles
(dom Guéranger, Año Litúrgico, Tiempo Pascual 2)
Padre y protector de los fieles, glorioso José, bendecimos a nuestra madre la Santa Iglesia que, en este declinar del mundo, nos ha enseñado a esperar en ti. Largos siglos han corrido sin que fuesen manifestadas tus grandezas; pero no dejabas por eso de ser en el cielo uno de los intercesores más poderosos del género humano. Jefe de la sagrada familia de quien todo un Dios es miembro, prosigue tu ministerio paternal para con nosotros. Tu acción escondida se notaba en la salvación de los pueblos y de los particulares: pero la tierra experimentaba tus beneficios, sin haber instituido aún, para agradecerlos, las honras que hoy te ofrece. El conocimiento más claro de tus grandezas y de tu poder, la proclamación de tu Patrocinio y de tu Protección en todas nuestras necesidades, estaban reservadas a estos tiempos calamitosos en que el estado de un mundo desesperado pide los socorros que no fueron revelados a las edades precedentes. Venimos, pues, a tus pies, ¡oh José! a fin de rendir homenaje a tu poderosa intercesión que no conoce límites, y a tu bondad que abraza a todos los hermanos de Jesús en una misma adopción.
A San José
(dom Guéranger, Año Litúrgico, Cuaresma)
Te alabamos, te glorificamos, feliz José. Saludamos en ti al Esposo de la Reina del Cielo, al Padre nutricio de nuestro Redentor. ¿Qué mortal obtuvo nunca títulos parecidos? Y aunque estos títulos son tuyos, no son más que una simple expresión de las grandezas que Dios quiso conferirte. La Iglesia del Cielo te contempla cono depositario de sus más sublimes favores. La Iglesia de la Tierra se regocija en tus honores y te bendice por los favores que sin cesar le otorgas.
Te rogamos, oh sublime ministro de todos los buenos actos, que intervengas por nosotros frente al Dios hecho hombre. Ruégale en nuestro nombre la humildad que tanta grandeza te trajo y que será en nosotros la base de una conversión sincera. Obtén está virtud para nosotros, sin la cual la penitencia no se puede completar. Ora por nosotros, José, para que podamos ser castos. Sin la pureza el corazón y de los sentidos no podremos acercarnos a Dios en santidad, pues Él no tiene máculas ni impurezas. Por su Gracia quiso hacer de nuestros cuerpos los templos de su Espíritu Santo: ayúdanos a mantener este honor y a recuperarlo si lo perdemos.
En fin, o fiel Esposo de María, reúnenos con nuestra Madre. Si ella nos dedica una sola mirada en estos días de reconciliación, estaremos salvados. Pues ella es la Reina de la Misericordia, y Jesucristo su hijo, Jesús, que te llamó Padre, no espera más que la aprobación de su Madre para perdonarnos y convertir nuestro corazón. ¡Intercede por nosotros, oh José! Háblale de Belén, de Egipto, de Nazareth, donde su valor se apoyó en tu devoción. Dile que te amamos y que te honramos, y María nos recompensará con nuevas bondades los homenajes que rendimos a aquél que el cielo le entregó, para ser su protector y su apoyo.
A San Benito, patrón de Europa y padre de monjes
(dom Guéranger, Año Litúrgico, Cuaresma)
Te saludamos con amor, ¡oh Benito!, receptáculo de elección, palmera en el desierto, hombre angelical. Cristo te ha coronado como uno de sus principales colaboradores en la obra de la salvación y de la santificación de los hombres. ¡Oh Padre de tantos pueblos!, pon los ojos en tu herencia y bendice una vez más a esta Europa ingrata, que te lo debe todo y casi ha olvidado tu nombre. Conserva la vida que amenaza con apagarse. Consolida lo que está vacilante y una nueva Europa católica surja pronto en lugar de la que la herejía y todos los falsos sectarismos nos han creado. ¡Oh Patriarca de los Servidores de Dios! mira desde lo alto del cielo la viña que tus manos plantaron: elévala, multiplícala, santifícala; haz florecer en ella el espíritu depositado en tu santa Regla y muestra con tus obras que eres también ahora el bendecido del Señor.
Sostén, oh Benito, la santa Iglesia con tu poderosa intercesión. Asiste a la Sede Apostólica, con tanta frecuencia ocupada por tus hijos. Padre de tantos pastores de pueblos, alcánzanos Obispos semejantes a los que ha formado tu Regla. Padre de tantos Apóstoles, demanda para los países infieles heraldos evangélicos que triunfen por la sangre y la palabra como todos los que salieron de tus claustros. Padre de tantos doctores, ruega a fin de que la ciencia de las sagradas letras renazca como una ayuda para la Iglesia y como confusión del error. Padre de tantos ascetas, activa el celo de la perfección cristiana que languidece en tantos cristianos modernos. Patriarca de la religión de Occidente, vivifica a todas las Ordenes religiosas que el Espíritu Santo ha dado a la Iglesia; todas te miran con respeto como a padre venerable; derrama sobre toda ella la influencia de tu caridad paternal.
En fin, oh Benito, amigo de Dios, ruega por los fieles de Cristo. Que aprendan a dominar la carne y someterla al espíritu; busquen como tú el retiro para meditar los años eternos; alejen su corazón y sus pensamientos de las alegrías fugitivas de este mundo. La piedad católica te invoca como uno de los patronos y modelos del cristiano que está para morir; recuerda la escena de tu tránsito, cuando de pie ante el altar, sostenido por los brazos de tus discípulos, apenas tocando la tierra con tus pies, entregaste tu alma a su Creador en la sumisión y confianza; obténnos, oh Benito, una muerte tranquila como la tuya. Aparta de nosotros en ese momento supremo, todas las embestidas del enemigo; visítanos con tu presencia y no nos abandones hasta que hayamos depositado nuestra alma en el seno del Dios que te ha coronado.
A Nuestra Señora
(dom Guéranger, Año Litúrgico, Cuaresma)
Te saludamos, oh María, llena de gracia en este día en que gozas del honor que te estaba destinado. Por tu incomparable pureza has atraído las miradas del soberano Creador de todas las cosas, y por tu humildad le has atraído a tu seno; su presencia en ti acrecienta más todavía la santidad de tu alma y la pureza de tu cuerpo. Por medio de ti, libertadora de los hombres, fuimos arrancados del poder del maligno; solamente nuestra perversidad y nuestra ingratitud podrían atarnos de nuevo a su yugo. No lo permitas, oh María, ven en nuestra ayuda; y si, en este día de reparación, prosternados a tus pies reconocemos que hemos abusado de la gracia celestial, cuyo canal fuiste, en esta fiesta de tu Anunciación, oh Madre de los vivientes, devuélvenos la vida por tu todopoderosa intercesión ante aquel que hoy se hace tu hijo para siempre.